sábado, 23 de mayo de 2015

Liberacion de la guerra por los robots

Estados Unidos: los robots ya libran las guerras y pronto decidirán por sí mismos


Zumban zánganos en los titulares. Leemos diariamente sobre golpes a blancos terroristas en áreas tribales de Pakistán usando Vehículos Aéreos No Tripulados (UAV, por sus siglas en inglés), aparatos a control remoto equipados con elaborados sensores, y a veces también con armas. Recientemente, los Estados Unidos pusieron en acción drones (literalmente, zánganos) del tipo Predator en Somalia y se ha reportado que hay planes para que la CIA se haga cargo de usar estos robots en operativos contra Al Qaeda en Yemen. La OTAN despachó UAVs a Libia. También fueron drones de avanzada, tipo stealth (invisibles al radar), los que hicieron el reconocimiento de la casa donde Osama bin Laden vivía antes de que los marines cumplieran su famosa misión. Y, en un discurso de hace pocas semanas, el jefe de Contraterrorismo de la Casa Blanca dejó en claro que los drones seguirán protagonizando la estrategia antiterrorista durante la Administración Obama. El 22 de agosto, un drone de la CIA mató al número dos de Al Qaeda en las montañas de Afganistán.
La mayoría de nosotros ha oído probablemente hasta ahora cuán extraordinaria es esta tecnología. Muchos de los ataques con UAVs en el sur de Asia son, de hecho, ejecutados por operadores sentados frente a consolas en Estados Unidos. En su libro Predator, el coronel de la Fuerza Aérea estadounidense Matt Martin ofrece un único relato en primera persona de la extraña duplicidad que genera este nuevo tipo de guerra. Aunque su cuerpo ocupa un asiento en la sala de control de la base aeronáutica Nellis, en Nevada, su mente está muy lejos de allí, siguiendo la sospechosa caída de un UAV en un camino del desierto de Irak o los talones a combatientes talibán en las montañas de Afganistán. “Empecé a referirme al Predator y a mí mismo como ‘yo’, aunque el aparato estaba a miles de millas de distancia”, reconoce con pesar Martin.
Al avisar a los marines en tierra que está entrando en escena en Afganistán, tiene que recordarse a él mismo que no está llegando a ningún lado: está todavía sentado en la silla de su base. “Aunque era poco después del mediodía en Nevada –escribe– me vino un bostezo mirando toda esa nieve y oscuridad” sobre la superficie en las afuera de Kabul. Difícilmente pueda ser culpado por la confusión. La increíble agudeza de visión que otorgan las múltiples videocámaras de gran potencia del Predator permiten distinguir cuándo sus objetivos van al baño, encienden un cigarrillo o se involucran en aventuras amorosas con animales del otro lado del mundo sin sospechar son observados.
(…) La peculiar distancia que implica la guerra de robots no aísla necesariamente a Martin de sus acciones. Los ataques del Predator son extraordinariamente precisos, pero la violencia de la guerra nunca puede ser domada por completo y las más apasionantes escenas del libro documental describen las emociones de Martin cuando civiles inocentes se cruzan en su mira justo segundos antes de que su misil Hellfire dé en el blanco. Pilotos aliados mataron a millones de civiles en la Segunda Guerra Mundial, pero contadas veces tuvieron la ocasión de experimentar sus consecuencias en el terreno. Los operadores de drones trabajan con muchísimo más cuidado, pero la ironía de la tecnología es que pueden ver a sus víctimas accidentales –dos pequeños niños y sus bicicletas destrozadas, en un caso especialmente desgarrador que describe Martin– con espeluznante detalle. Estudios militares han mostrado que los operadores de UAVs a veces terminan sufriendo el mismo tenor de estrés de combate que los demás combatientes de guerra.
Y aun así, los militares norteamericanos hacen poco por desalentar la noción de que esta singular clase de guerra a larga distancia tiene mucho en común con la cultura de videojuegos en la cual tantos operadores jóvenes de UAV han crecido. Como un investigador de robótica militar le dijo a Peter Singer, el autor de Wired for War (Cableados para la guerra), “ideamos los controles como en la PlayStation, porque eso es lo que los marines de 18 ó 19 años han estado jugando durante gran parte de sus vidas”. Y ya tenemos también, por supuesto, videos que incorporandrones: tecnología que imita vida real que imita tecnología.
Los drones no son notables por su armamento. No hay nada especial en los misiles que lleva, e incluso los modelos más grandes están relativamente poco armados. No son veloces ni ágiles. Lo que los hace más poderosos es su habilidad para ver y pensar. La mayoría de los grandes dronesoperados actualmente por los militares norteamericanos pueden despegar, aterrizar y volar por sí mismos. Los operadores pueden programar un destino o un área determinada de patrullaje y luego concentrarse en los detalles de la misión, mientras los aparatos se ocupan de todo lo demás.
Armados con sensores y sofisticada tecnología de video, los UAVs pueden ver a través de las nubes o en la oscuridad. Pueden sobrevolar un blanco durante horas o incluso días –exactamente el tipo de cosa que aburre a los pilotos humanos hasta las lágrimas. Desde ya, lo más significativo de los drones es justamente que no tienen pilotos. En el improbable caso de que un UAV sea derribado, su operador puede levantarse de su consola y salir andando.
Cuanto más lejos, mejor. Pero hay también algunas cosas sobre los drones que podríamos no haber oído todavía. La mayoría de los estadounidenses probablemente desconocen, por ejemplo, que la Fuerza Aérea moviliza anualmente más operadores de UAV que pilotos humanos (de hecho, la Fuerza Aérea insiste en referirse a los drones como “aviones piloteados a distancia” para despejar cualquier sospecha de que se está retirando de su misión de poner humanos en el aire).
Cuando escribo esto, la industria aeroespacial estadounidense ha cesado, a todos los efectos prácticos, la investigación y el desarrollo de vehículos tripulados. Todos los proyectos sobre la mesa, ahora, giran en torno de vehículos sin pilotos. Mientras tanto, las agencias de seguridad en todo el país esperan ansiosamente el momento en el que puedan empezar a operar sus propios UAVs. La Administración Federal de Aviación está considerando normas que permita a los departamentos de policía empezar a usarlos en los próximos años (tal vez en 2014). Pronto, mucho más pronto de lo que podamos advertir, los tickets de exceso de velocidad serán emitidos electrónicamente en los teléfonos celulares desde un drone sobrevolando algún área de una carretera interestatal. El Servicio de Aduana ya utilizó UAVs para husmear en embarcaciones de contrabandistas de drogas que evaden fácilmente las más ruidosas aeronaves convencionales.
Los robots que vuelan concitan la mayor atención. Pero de hecho los UAVs representan sólo una pequeña parte de la acción robótica militar. Según me dijo recientemente Singer, hay ya más robots operando en tierra (unos 15 mil) que en el aire (7 mil). El Ejército estadounidense usa sus guerreros mecánicos para encontrar y desarmar bombas, revisar campos de batalla o derribar piezas de artillería enemigas. Aunque estos robots con base en tierra pueden parecer un poco más primitivos que sus primos aéreos, están actualizándose rápidamente. Los modelos en desarrollo incluyen al bizarro BigDog, un increíble cuadrúpedo zoomorfo diseñado para ayudar a los soldados a llevar pesadas cargas en terrenos dificultosos, y el BEAR, una máquina vagamente humanoide sobre orugas que puede transportar hasta 500 libras.
La Marina estadounidense está experimentando con sus propias máquinas. Recientemente dio a conocer un robot jet ski diseñado para detectar atacantes que podrían tratar de acercarse sigilosamente a sus naves bajo el agua. La Armada desarrolló naves inocuas (incluso para el medio ambiente) dotadas de instrumentos de vigilancia de alta tecnología que pueden pilotearse por sí mismas alrededor del mundo, si hiciera falta. Los robots sumergibles también están en camino. Sin los límites para la supervivencia que imponen los submarinos piloteados, estos espías automatizados podrían pasar meses patrullando bajo el agua, estacionarse por sí mismos al pie de puertos enemigos y observar cada cosa que pasara dentro o fuera del agua. La duración de las baterías sería el principal problema. Algunos científicos están tratando de resolver el asunto permitiéndole al robot submarino alimentarse de materiales orgánicos en el lecho marino (con “baterías de barro”).
Hasta ahora, ninguno de estos robots acuáticos parece llevar torpedos. El Ejército, sin embargo, ya está experimentando con robots que pueden disparar. En este libro, Singer describe aSWORDS, un vehículo equipado con un juego de cámaras que puede ver más allá del ojo humano, y hacerlo desde múltiples ángulos. La máquina puede ser equipada con un cañón de calibre 50 o con una variedad de otras armas. La cámara del SWORD y sus armas pueden quedar perfectamente sincronizadas. Se logra, además, una plataforma mucho más estable que un humano que respira y teme en medio de una batalla. Singer escribe:
En una primera prueba de sus armas, el robot hizo blanco 70 veces en 70 disparos. En un test de sus cohetes, hizo blanco 62 veces de 62. En una prueba de sus cohetes antitanques, lo logró en 16 de 16. Un ex francotirador naval resumió su precisión como ‘asquerosa’… Dado que es una máquina cronometrada la que tira del gatillo, el modo “one shot” significa que cualquier arma, incluso una ametralladora, puede convertirse en un rifle de francotirador.
Singer describió este sistema dos años atrás. En el afiebrado mundo de la robótica militar, 2009 suena como una era lejana, así que sólo podemos suponer cuánto han evolucionado los SWORDsdesde entonces. Los investigadores están probando ahora UAVs que imitan colibríes y gaviotas. Un modelo en desarrollo puede ajustarse a un lápiz borrador. Hay muchas especulaciones sobre la asociación de pequeños drones o robots en “swarms” o enjambres (nubes de máquinas que podrían compartir su inteligencia, como una conciencia colectiva, y tener la capacidad de converger instantáneamente sobre determinados blancos).
Podría parecer ciencia ficción, pero probablemente no está tan lejos. En el ETH de Zurich, el equivalente al MIT (norteamericano), unos ingenieros han relacionado cuadrocópteros en miniatura (drones equipados con cuatro juegos de rotores para darles máxima maniobrabilidad) en pequeñas redes que pueden escupir balas hábilmente hacia adelante y hacia atrás entre sí sin ninguna necesidad de comando humano.
La tecnología paraliza. Las potencialidades seducen. Así de atractiva es también la aparente invunerabilidad. Los talibán carecen de fuerza aérea. Sus soldados en tierra no tienen visión nocturna o la habilidad para ver a través de cielos nublados, pero pueden a veces oír a losdrones sobrevolándolos. David Rohde, corresponsal del New York Times cautivo de los Talibán durante siete meses en 2009, describió en el relato de su experiencia lo que supone estar en tierra mientras los Predator y Reapers merodean allí arriba.
“Dos explosiones ensordecedoras sacudieron las paredes del campamento donde los Talibán nos tenían de rehenes”, escribió. “Mis custodios y yo nos tiramos al piso mientras los escombros volaban a través de la ventana. Un misil disparado por un drone destruyó dos automóviles a unos cientos de metros. Era el 25 de marzo y durante meses los drones habían mantenido una presencia que aterrorizaba. Piloteados a remoto, estos aviones a hélice podían ser oídos fácilmente cuando nos sobrevolaban durante horas. A simple vista, son dos pequeños puntos en el cielo. Pero sus misiles  tienen un alcance de varias millas. Sabíamos que podíamos ser inmolados sin aviso previo… Después, supe que un guardia me llamó para ser llevado al lugar del ataque y ser decapitado ritualmente mientras una videocámara tomaba el momento. Su jefe lo desautorizó”.2
Este particular ataque mató a siete militantes y ningún civil. La mayoría de los ataques son notablemente precisos, según escribe Rohde. Sin embargo, va más allá de esto. “Los Talibán fueron, después, capaces de ganar más reclutas exagerando el  número de víctimas civiles”.
Su punto resulta avalado por un reciente studio conducido por Peter Bergen y Katherine Tiedemann, dos analistas de la New America Foundation en Washington, quienes han seguido los ataques con drones en las áreas tribales de Pakistán desde que los Estados Unidos comenzaron a golpear allí, en junio de 2004. Aunque conseguir información confiable en esa parte del mundo es muy difícil –la historia del secuestro de Rohde explica por qué los periodistas extranjeros tienden a dejar el área–, Bergen y Tiedemann analizaron con mucho cuidado los reportes de prensa para obtener detalles de cada ataque. Aun reconociendo las dificultades de obtener información confiable (y la tan divergente información emitida por fuentes de Estados Unidos y Pakistán), concluyeron que los ataques se han vuelto claramente más precisos.
Según Bergen y Tiedemann, “durante los primeros dos años de la Administración Obama, alrededor del 85 por ciento de las víctimas fatales reportadas en ataques de drones eran combatientes. En la Administración Bush, era  el 60 por ciento”.3  Al mismo tiempo, los autores destacan que los ataques fueron bastante menos exitosos de lo que los funcionarios estadounidenses aseguran, en lo que respecta a la eliminación de líderes. La mayoría de los muertos, concluyen  Bergen y Tiedemann, eran, probablemente, soldados rasos. (Un estudio más reciente del Bureau de Periodismo de Investigación de Londres estima una tasa todavía más alta de víctimas civiles).
Aunque semejantes estadísticas son notables cuando se comparan con la historia de la guerra, sirven de poco consuelo a las familias de los inocentes asesinados por estar cerca de los jihadis. Y, como hacen notar correctamente Bergen y Tiedemann, la precisión en el matar es sólo una pequeña parte de la historia. Hay encuestas que muestran, como sospechaba Rohde, que una abrumadora mayoría de pakistaníes cree que la mayoría de los que mueren en los ataque son civiles –una percepción que es indudablemente agravada por la impunidad con la cual los drones hacen sus raids en territorio pakistaní.
Dennis Blair, director de Inteligencia estadounidense entre 2009 y 2010, hizo recientemente una observación similar en el New York Times: “Nuestra confianza en los ataques de nueva tecnología sin riesgo para nuestros soldados es amargamente desaprobado en un país que no puede copiar tales proezas bélicas sin evitar costos para sus propias tropas” (mientras el gobierno pakistaní expresa públicamente su desaprobación a este tipo de ataques, provee inteligencia y logística para la campaña, un hecho que se esfuerza por esconder al público). El número de ataques terroristas en Pakistán ha aumentado fuertemente a medida que la ofensiva con dronesse aceleró. Bergen y Tiedemann concluyen que los efectos más amplios de la campaña de UAV podrían terminar neutralizando algunos de sus beneficios tácticos.
Una solución que proponen es sacar el programa de drones de manos de la CIA, ahora a cargo en las áreas tribales, y ponerlo en manos de los militares.4 Esto ofrece varias ventajas. A diferencia de la CIA, que niega la existencia del programa y, acorde con ello, no revela nada sobre los criterios para elegir blancos, el Departamento de Defensa puede al menos ser controlado públicamente y es más permeable a las presiones para mantener el uso de los UAVs dentro de los límites de las leyes internacionales. Lo que no puede decirse del uso de drones que hace la CIA para asesinatos con blanco preciso– dado, particularmente, que los ataques son realizados en secreto contra blancos en Pakistán, un país con el cual los Estados Unidos están en guerra, en turbias y mal definidas circunstancias.
Los asuntos legales derivados de todo esto son complejos. Philip Alston, un experto en leyes internacionales citado por las Naciones Unidas para analizar la cuestión, asegura en un informe que, “fuera del contexto de conflictos armados, el uso de drones para asesinatos precisos probablemente nunca sea legal”.5 El truco, por supuesto, es cómo definimos “conflicto armado” en una era en la cual grupos insurgentes y terroristas sin representación formal en el Estado operan desde sitios donde el mandato de un gobierno central no se aplica. Las leyes internacionales, dicen algunos expertos, dan a los Estados Unidos el derecho de proteger a sus fuerzas en Afganistán contra ataques de Al Qaeda y sus aliados en áreas tribales –mientras que si los ataques de drones violan la soberanía pakistaní, depende mucho de acuerdos con ese gobierno, un punto que sigue de algún modo en el misterio.
La Administración Obama podría mejorar las cosas dando una explicación de la base legal del programa. Pero hasta ahora declinó hacerlo, más allá de una breve declaración de un responsable legal del Departamento de Estado que citó el internacionalmente conocido derecho de autodefensa.6 Al respecto, se agradece que académicos de todo el mundo se hayan involucrado en las implicancias legales del uso de drones. Dado los más de cuarenta países que experimentan con robots militares, Estados Unidos no puede descansar sobre el supuesto de que retendrá el monopolio de esta tecnología para siempre. El día en que los Estados Unidos sean atacados por un drone –quizás operado por un terrorista- no está tan lejano.
Mucha literatura reciente sobre UAVs previsiblemente ahondan en aspectos técnicos y las increíbles capacidades de estos nuevos sistemas armamentísticos. Singer nos da mucho de lo mismo, pero la gran virtud de este libro es precisamente que también dedica espacio a cuestiones más amplias que se abren con la expansión de la robótica militar. Como dice, el gobierno de los Estados Unidos está usando drones para emprender campañas militares contra el soberano estado de Pakistán. Aun así, nadie en el Congreso ha presionado alguna vez al Presidente para que haga algún tipo de declaración legal de hostilidades –por la simple razón de que, cuando los Predators cumplen sus misiones, no hay vidas de militares estadounidenses en juego.
De hecho, como muestra Singer, las implicaciones éticas y legales de la nueva tecnología ya va más allá del relativamente circunscripto asunto de los asesinatos. Los robots militares están en camino de desarrollar una considerable autonomía. Como se dijo antes, los UAVs pueden despegar, aterrizar y volar por sí mismos, sin intervención humana. Establecer un blanco está todavía exclusivamente reservado a un operador humano. Pero, ¿por cuánto más tiempo seguirá así? A medida que los sensores se tornan más poderosos y variados, la cantidad de información recogida por las máquinas aumenta exponencialmente, y pronto el volumen y velocidad de información excederá la capacidad de control para procesarla en tiempo real, lo que significa que más y más decisiones quedarán para los robots.
Ya hay una iniciativa en marcha para permitir a un solo operador manejar varios dronessimultáneamente, y esto también tenderá a impulsar la tecnología hacia una más amplia autonomía. No estamos muy lejos del día en que será evidente que nuestros guerreros mecánicos son mejores para proteger la vida de nuestras tropas que los soldados humanos, y, una vez que comience, la presión para dejar a los robots tomar el control del disparo será difícil de resistir. Funcionarios del Pentágono entrevistados sobre el tema insisten previsiblemente en que la decisión de matar nunca será cedida a una máquina. Esto da seguridad. Pero eso es algo fácil de decir en un punto en el cual los robots todavía no están en posición de tomar la iniciativa contra el enemigo en un campo de batalla. Pronto, mucho más pronto de lo que podemos advertir, ellos serán capaces de hacer exactamente eso.
Hemos empezado apenas a explorar estas implicancias. Singer cita a Marc Garlasco, un reconocido experto en leyes de guerra de Human Rights Watch. “Esta nueva tecnología genera presiones sobre las leyes internacionales. Estamos tratando de aplicar leyes internacionales escritas durante la Segunda Guerra Mundial a la tecnología de Star Trek”.
Otra premisa fundamental de los grupos de derechos humanos –y, más ampliamente, de las leyes internacionales– es que los soldados en el campo y los líderes que los dirigen deben ser responsables por las violaciones de las leyes de guerra. Sistemas automatizados, sin embargo, enturbian las aguas que rodean los crímenes de guerra. “Los crímenes de guerra necesitan tanto una violación como una intención”, dice Garlasco. “Una máquina  no tiene la capacidad de querer matar civiles, no lo desea…. Si ellas son incapaces de tener esa intención, ¿son incapaces de cometer crímenes de guerra?”. Y si la máquina no es responsable, ¿a quién se hace responsable, dónde exactamente se traza la línea? “¿Detrás de quién vamos: del fabricante, del ingeniero de software, del comprador, del usuario?”.
Luego, Singer hace notar que los Estados Unidos se dedicaron con fuerza a ampliar el derecho de defensa propia de sus aviones que operan en conflictos alrededor del mundo. Cuando un radar enemigo “enciende” (detecta) a un avión norteamericano, el piloto de éste tiene el derecho de abrir fuego antes de ser atacado. Todo bien. Pero imaginemos que el avión involucrado no es un avión, sino un UAVs: si un avión sin piloto que vuela en la frontera de otra nación resulta derribado, ¿existe el derecho de responder contra las bases de misiles de ese país y a los seres humanos detrás de ellos, aún en tiempos de paz? ¿Y qué hay de la extendida interpretación, el derecho a responder a un intento hostil, cuando el drone es captado por radar? ¿Es la mera amenaza suficiente para que el drone abra fuego contra los seres humanos que sobrevuela?
Las respuestas dependen de cuán ampliamente se defina “propia” en el concepto de defensa propia.
Resulta que, según explica Singer, la Fuerza Aérea opera habitualmente de acuerdo con los principios de que un aparato no tripulado, como entidad que representa a gente enviada a una misión, “tiene los mismos derechos que si llevara una persona dentro de él” y que esta “interpretación de los derechos del robot es política oficial para reconocimiento no tripulado de vuelos sobre el Golfo Pérsico”.
Pero la situación evoluciona rápidamente. La próxima generación de robots militares probablemente tendrá un alto nivel de independencia operativa, sin lograr todavía el tipo de inteligencia autoconsciente que implica responsabilidad. Afortunadamente, ya hay algún precedente legal para manejar situaciones similares. “Por más extraño que suene –escribe Singer–, la legislación sobre mascotas podría ser un recurso útil para descubrir cómo evaluar la responsabilidad de sistemas autónomos”.
Esta es una conclusión particularmente provocadora, porque los investigadores que trabajan actualmente sobre robots militares parecen especialmente interesados en revolver el mundo biológico en busca de elegantes soluciones para los problemas de diseño que tienen que superar. Hay un robot con forma de serpiente que puede arrastrarse por sí mismo en el césped para escanear sus alrededores. Diminutos robots de vigilancia trepan paredes como insectos y unos robots voladores agitan sus alas. La Marina prueba sumergibles que nadan como peces. Unos investigadores en Gran Bretaña han desarrollado un robot cuyos sensores imitan los bigotes de los ratones, porque todavía no hubo ingeniero que lograra un sistema mejor de sensores para moverse en total oscuridad.
Nos guste o no, la guerra ha sido a menudo un poderoso aguijón que incentiva la innovación tecnológica. Ahora, la tecnología está a punto de suplantar también al soldado humano –con consecuencias que apenas podemos imaginar. La cuestión en el caso de la robótica militar, incluso en esta era temprana, es hasta qué punto podremos retener el control sobre el proceso. Estemos o no listos, la respuesta pronto saldrá a la luz.
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  1. See Scott Lindlaw, “Remote-Control Warriors Suffer War Stress,” Associated Press, August 7, 2008. 
  1. “A Drone Strike and Dwindling Hope,” Part Four of “Held by the Taliban,” The New York Times , October 20, 2009. 
  1. Peter Bergen and Katherine Tiedemann, “Washington’s Phantom War: The Effects of the US Drone Program in Pakistan,” Foreign Affairs , July/August 2011. 
  1. The CIA operates its drones from control stations in or around its headquarters in Langley, Virginia. It is likely that many of the operators are actually civilian contractors. 
  1. Philip Alston, “Report of the Special Rapporteur on Extrajudicial, Summary or Arbitrary Executions,” United Nations, Human Rights Council, May 28, 2010. See also David Kretzmer, “Targeted Killing of Suspected Terrorists: Exra-Judicial Executions or Legitimate Means of Defence?” The European Journal of International Law , Vol. 16, No. 2 (2005). 
  1. Harold Koh, the legal adviser to the State Department, devoted a few brief remarks to the subject in a speech last year, available at www.state.gov/s/l/ releases/remarks/139119.htm. 
 Aquí, versión original de este artículo, en inglés.
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Un virus se ha infiltrado en los sistemas informáticos de una base de la Fuerza Aérea de Estados Unidos desde la que se controlan los aviones no tripulados que portan misiles en misiones en Afganistán, Pakistán, Yemen, Libia e Irak. El virus, que registra los movimientos de los usuarios de ordenadores en la base, en Nevada, no ha infligido daño alguno en las redes clasificadas de la Fuerza Aérea. Fue descubierto hace dos semanas y, a día de hoy, el Pentágono aún no ha sido capaz de erradicarlo de sus servidores.
La revista Wired fue la primera en revelar la existencia del virus, este viernes. Se trata de un programa conocido en inglés como keylogger: su finalidad es registrar los movimientos de los usuarios con acceso a las redes. Existe la posibilidad de que se comunique de forma remota, a través de Internet, con su autor o autores, algo que, según los informáticos del Pentágono, aún no ha hecho. El virus podría intentar beneficiarse del hecho de que las grabaciones de vídeo que efectúan los aviones en sus misiones no se codifican y pueden ser fácilmente interceptadas.
EE UU emplea esos aviones no tripulados con frecuencia porque suponen una forma de atacar al enemigo sin poner en riesgo a sus tropas. Muchos de ellos se ponen en marcha de forma remota desde la base infiltrada ahora en Nevada. En muchas ocasiones se emplean para grabar posibles objetivos con cámaras de vídeo. En 2009, el Pentágono descubrió en una batida en Irak ordenadores con horas de grabaciones de esos vídeos que los insurgentes habían robado. En otras ocasiones sirven para atacar objetivos con misiles.
Dos son los modelos empleados por el Pentágono y la CIA: Reaper y Predator. Pakistán es el principal objetivo de ataque de esos aviones no tripulados, que en terminología bélica en inglés se conocen como drones (en inglés, abejorro). En total, 30 unidades han lanzado misiles en aquel país en más de 230 ocasiones y han provocado la muerte de 2.000 insurgentes y civiles, entre ellos, en agosto, el nuevo número dos de Al Qaeda, el libio Atiyah Abdel Rahman. Otros 150 drones se emplean en Afganistán y en Irak. También se utilizan en Yemen, donde a finales de septiembre murió el propagandista de Al Qaeda, nacido en EE UU, Anuar el Aulaki.
Durante mucho tiempo EE UU ha rechazado hablar en público de la existencia de ese programa teledirigido de ataque de objetivos insurgentes, ya que suele provocar numerosas víctimas civiles. Este viernes (30 de septiembre de 2011), sin embargo, el secretario de Defensa, Leon Panetta, ha hecho dos referencias a él durante una visita oficial a Italia. Cuando asumí este puesto, venía de la CIA, dijo ante un grupo de soldados de EE UU en Nápoles. Es obvio que ahora tengo muchas más armas a mi disposición en este puesto. Aunque en la CIA, los Predator no estaban nada mal.

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